Como si el río Segura a su paso por Cieza, lugar de realización de la salida anterior, nos hubiera guiado hasta su desembocadura, en esta ocasión viajamos hasta Guardamar, al sur de la provincia de Alicante, para descubrir un auténtico tesoro entre uno de los sistemas dunares más espectaculares del mediterráneo occidental: la Fonteta, un yacimiento arqueológico de origen fenicio del siglo VIII a.C. único en la península ibérica y La Rápita, un ribat o lugar de rezo musulmán de época califal que tuvo su apogeo entre el 750 y el 900 d.C. Recorriendo este paraje rodeado de pinos de la mano experta de José Luis Simón, arqueólogo co-director de la excavación y presidente de Torre Grande, cuesta imaginar que el mar llegara en su día hasta la misma muralla monumental construida por los fenicios para proteger esta ciudad colonial en plena pugna por el control comercial del mediterráneo y aún más que a escasos metros se levantara mil años después un conjunto de celdas y oratorios islámicos destinados al retiro espiritual justo en el sitio en el que el “río blanco” -como lo conocían los musulmanes- se fundía con el mar.
Pero sorprende más si cabe que este enclave estuviera perdido bajo la arena hasta principios del siglo XX, momento en que el ingeniero Francisco Mira se encontraba dirigiendo los trabajos de transformación del desierto de dunas en un bosque frondoso. Con esta actuación, consistente en la plantación de miles de pinos, piteras y palmeras en una enorme extensión de 849 hectáreas, se trataba de frenar la arena que sepultaba las viviendas de una población que, años antes y asolada por el terremoto de Torrevieja, había sido trasladada al llano desde la parte alta en la zona del castillo. Si bien el ingeniero Mira halló la lápida fundacional del monasterio islámico, hubo que esperar ocho décadas para sacar a la luz este excepcional complejo religioso. A finales de los años 90 se descubrió el yacimiento fenicio localizándose la muralla con bastión y las viviendas adosadas en su cara interna.
La siguiente parada de nuestro paseo nos llevó hasta la Casa de Cultura, que acoge un museo arqueológico y etnológico con distintas salas sobre la historia de la localidad y algunas piezas interesantes encontradas de época prehistórica, fenicia, íbera, romana e islámica. Más tarde, en un extremo de la plaza de la Constitución visitamos la casa del ingeniero Mira, que musealiza una vivienda tradicional de principios del siglo XX con objetos personales y fotografías que muestran el magno proyecto que este emprendió para lograr la repoblación forestal de las dunas. Tras reponer fuerzas en el restaurante La Cañada disfrutando de una exquisita selección de productos de la tierra y del mar, la visita finalizó en el castillo, un baluarte defensivo que domina las vistas en todas las direcciones y cuya enorme explanada -hoy vacía- protege los restos de un templo íbero a la espera de una futura intervención que también incluirá la construcción del museo de la ciudad en el espacio anexo de unas antiguas cisternas.